El llanto y la coz

¿Cómo es posible que la misma tragedia hay inspirado una de las más bellas elegías a Federico García Lorca y el más grosero insulto a un patán descerebrado que dice ser maestro?

Nunca podré entender por qué la misma tragedia pudo inspirar el más sentido poema a Federico García Lorca y el más grosero insulto a un patán descerebrado que dice ser maestro. Nunca sabremos por qué la sangre derramada en un coso taurino despierta el llanto del poeta inmortal y la baba asquerosa del ‘maestro’ Belenguer. Nunca sabremos cuando se jodió este país y tomo rumbo por el despeñadero de la incuria mental. Han pasado ya varios días de la tragedia en la que perdió la vida el torero de Sepúlveda Víctor Barrio. Pero aquí estamos y aquí seguimos, asistiendo al asombro, el dolor y la rabia que remueven la entraña caliente de julio, ante la sangre derramada en la Feria del Ángel de Teruel. Surge un surtidor de pestilencias en las redes sociales donde toda cobardía y toda maldad tienen su asiento. Brota la baba verde de la ira y el odio. Vomitan bilis tan negra como el cieno y brilla en el apestoso fango de la idiocia el insulto anónimo de estos mostrencos que machacan el móvil con pezuñas de toro burriciego.

Hace tiempo que no voy a los toros. Hacía mucho tiempo que no releía el ‘Llanto’ ni repasaba las hojas amarillas de diarios que narraban la cogida mortal de Ignacio Sánchez Mejías por aquel astifino ‘Granadino’ que le dio una gran cornada en el muslo derecho al iniciar la faena de muleta en la plaza de Manzanares, bajo el sol inclemente de un once de agosto. Aquella herida mortal despertó en Federico el dolorido sentir de la elegía para cantar al amigo “su elegancia con palabras que gimen”.  “Yo quiero que me enseñen un llanto como un río / que tenga dulces nieblas y profundas orillas, / para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda / sin escuchar el doble resuello de los toros”. Son versos leídos hace muchos años, cuando don Bonifacio Zamora Usabel con voz de trueno y gesto adusto, nos enseñaba el arte de la rima y despertaba en aquella tropa adolescente el gusto por la lectura. Nos hablaba don Bonifacio del tiempo de la guerra, de su amigo el poeta Manuel Machado y de su admirado poeta asesinado en el barranco de Víznar. Eran los versos del dolor macerado por aquella locura vivida ahora hace ochenta años y el viejo profesor quería transmitirnos la esperanza en un mundo nuevo y distinto. Con aquella ilusión caminamos entonces por el frío de los años grises y con aquel aliento saludamos, mediados los setenta, el renacer de una nueva patria. Pero en algún momento se escacharró el invento y despertaron los odios apagados. El cochambroso maestro que dice llamarse Vicent Belenguer se alegra en ‘facebook’ de la muerte de “Víctor Barrio de profesión asesino de toros” y se lamenta que “de la misma cornada no hayan muerto los hijos de puta que lo engendraron y toda su parentela”. Remata su eructo con el anuncio de que “bailaremos sobre tu tumba y nos mearemos en las coronas de flores que te pongan ¡¡cabrón!!”. Y otros muchos humanos inhumanos han lanzado en los tuits hacia el torero muerto y su familia pajaritos azules cargados de veneno.

Veo esos viejos papeles y esas fotos borrosas de Sánchez Mejías y su repaso me hace revivir la tarde-noche en IDEAL, ya avanzado septiembre de 1984, cuando Paquirri iba el encuentro con la muerte por las curvas de la carretera de Pozoblanco. El toro ‘Avispado’ le había roto la femoral. Recuerdo el susto y el asombro, la pena y la impotencia, el aire frío que recorría la Redacción. Había allí gente a la que no le gustaba la fiesta de los toros, pero no se oyó ni una palabra destemplada porque primaba el gesto valiente y trágico del torero que explicaba al doctor el tamaño y la trayectoria de la herida. Y porque “No se cerraron sus ojos / cuando vio los cuernos cerca”.

Repaso otra vez viejos papeles de la revista ‘Dígame’ y escucho el grito del espanto en la plaza de Madrid cuando el toro ‘Pocapena’ del Duque de Veragua empitonó por el ojo destrozándole la cabeza al joven Manuel Granero. Y oigo a las niñas que cantan en la memoria, mientras saltan a la comba, que “en Madrid murió Granero / y en Sevilla Varelito / y en Talavera la Reina / mató un toro a Joselito”. Me vuelve la angustia ante la instantánea de ‘El Yiyo’ alcanzado en el corazón por el toro ‘Burlero’ en la plaza de Colmenar Viejo. Veo también las fotos de la agonía de Manolete, que guió una etapa  sentimental de nuestra infancia, tomadas en el coso de Santa Margarita y en el hospital de los Marqueses de Linares. Y me topo después con la muerte de Manolo Montoliu en la Maestranza de Sevilla. Y sigo mirando páginas y páginas de esa crónica extraña de una épica singular que ha llenado tardes de sol y de sones, de gloria y tragedia. Y en ninguna veo ninguna sandez de estas que han eclosionado estos días por parte de lenguas viperinas. Dicen que hay que denunciarlos por incitar al odio, pero su sitio no es el banquillo de los acusados. Su sitio está en los palos comidos de mierda de los gallineros, en los muladares y en las sentinas.

Lorca dijo de su amigo Ignacio que “tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, / un andaluz tan claro, tan rico de aventura”. Yo deseo fervientemente que tarde muchísimo más tiempo, toda una eternidad, en nacer gente tan sórdida y cruel como la que nos ha abochornado estos días por su ausencia de humanidad.